Adriana Arismendi
¿Por qué me cuesta tanto cambiar?
Ponerse la tarea de hacer algo distinto a lo que estamos acostumbrados a hacer no es solo una labor dura sino aburrida. Y este sentimiento se hace más grande si es otro el que nos pide hacer ese cambio.

Si nosotros nos imponemos cambiar algo significa que no estamos realmente convencidos de hacerlo, creemos que “debemos” o que nos “toca” y eso no tiene gusto ni fascinación. Es solo una tarea dura como un montón de abdominales después de comer una deliciosa hamburguesa, no hay real convicción, solo deber. Hacer las cosas por que sí, es una tortura que normalmente no llega a buen puerto porque nos forzamos físicamente y nuestra mente va en vía contraria a nuestro cuerpo.
Si por el contrario, alguien nos pide cambiar, el resultado no es muy distinto. Es como escuchar una voz gritando que debemos mantener tu habitación organizada y recoger todos los juguetes, cuando éramos niños. No hay una sensación de mayor pesar que tener la obligación de recoger los juguetes después de haber pasado una divertida tarde haciendo desorden. Esa obligación de cambio de hábito terminaba a veces acabando con la emoción aún antes de empezar a jugar cuando recibíamos la advertencia de recoger al finalizar.
La verdad es que hay niños que disfrutan organizar y lo hacen con todo placer, otros que deciden no jugar para no tener que organizar, algunos que juegan con la vigilancia interna de que terminará la diversión y empezará el castigo y otros tantos que logran inmersión total en el momento y llegada la hora de recoger afrontan las sensaciones del momento sin que so afecte lo vivido ni les pueda cohibir de volver a jugar en otro momento.
La cuestión es, en cuántos de ellos se ha quedado el hábito sembrado convirtiéndose en un accionar natural porque un adulto les haya pedido que lo hicieran. Tenerlo en mente, es seguro y es que la repetición tiene su efecto, pero desarrollar el buen comportamiento del orden y la disciplina a lo largo de la vida es una decisión particular que a veces y contra todo pronóstico llega cuando somos adultos.
Disfrutar de estrenar un nuevo hábito es satisfactorio, especialmente si este es positivo. Pero para llegar a ese sentimiento tuvimos que haber elegido hacerlo, a voluntad propia. Si el cambio es trabajado desde la intención de otra persona o la obligación de las circunstancias, nos dolerá y será un proceso fastidioso y cansón.
Nos cuesta cambiar porque esas acciones que queremos modificar no hacen parte natural de nosotros, porque la mente se refugia en el espacio cómodo de sentir que ya ha conquistado y le gusta llevar la contraria. Nos cuesta más si es en contra de nuestra voluntad y peor aún si no fue nuestra iniciativa. Entonces, si soy capaz de entender que el cambio de comportamiento es beneficio para mi hago una pequeña trama, intento engañar a mi mente diciendo que fue mi idea y no de otra persona, y le sumo un toque personal a esa acción de cambio para así sentir que es propia y sentirme animada a hacerla.